martes, 27 de diciembre de 2011

La experiencia del padre de un niño de altas capacidades


 José Luis Sánchez Piñero
Eran las dos de la tarde de una soleada jornada de enero. Llevábamos horas esperando el feliz acontecimiento cuando decidimos calmar el hambre con un ligero tentempié. Al regreso, seguimos esperando un rato más.

Cansados de esperar, fuimos al mostrador. Preguntamos si sabían algo.

“¡Claro, ha nacido a las dos y diez! Os hemos llamado y nadie ha venido.”

“Qué puntería”, pensamos.

Una hora después, accedimos a la zona donde se podían ver los recién nacidos.

La primera impresión fue eso: una impresión. Ver llegar una enorme criatura, con unos pies y unas manos enormes, y saber que ese pequeño es tuyo no puede describirse con palabras. Hay que vivirlo. Es una emoción indescriptible.

Ángel nació rápido y creció más rápido aún. Pronto aprendió a comunicarse, sorprendía esa capacidad para encadenar frases con poquísimos meses. Apenas había cumplido seis meses cuando, en la consulta de la pediatra, el pequeño se puso a teclear el ordenador. La doctora le preguntó a mi señora que qué estaba haciendo el niño, a lo que ella respondió con naturalidad: “Nada, es que su padre trabaja con ordenador y él suele hacer eso”. Pero aquello no era normal, ni mucho menos habitual que un niño tan pequeño asociara el trastear el teclado y esperar que en la pantalla saliera alguna información. A mi mujer eso le dio las primeras pistas, aunque lo fue negando durante mucho tiempo, como no dándole importancia. 

Yo lo sabía, claro que lo sabía, reconocía muchas cosas propias en él. Pero no quise forzarle lo más mínimo, no quería apretarle las clavijas para que su potencial se actualizara demasiado rápido y luego tuviera los problemas que solemos tener las personas con pensamientos fuera de lo común. Le dejé seguir aposta su camino. Ya sería él quien marcara su propio desarrollo. Estaríamos ahí para apoyarle cuando lo necesitara, pero generar expectativas propias e interiorizárselas me parecía atroz. Muchos padres actúan así sin apenas advertir que eso puede se contraproducente.

Pasaron los años y esa curiosidad fue apagándose a medida que el sistema coartaba su fantasía, su capacidad de pensar fuera de los límites y reglas expresas o implícitas en el sistema educativo. Se sentía raro en clase, sus compañeros se lo decían cuando hablaba de cosas que a los demás parecía no importarles. Fue duro para él sentirse distinto y verse en cierto modo rechazado por ello.

A él le gustaba jugar con los niños, pero a veces pecaba de pesado porque le gustaba hacerlo a su modo, con sus reglas. No lograba empatizar con los demás y eso le hacía sufrir. Sentía que todo el mundo estaba contra él, que nadie le quería, y se aisló.

Tampoco encontró mucha complicidad en algunos de sus educadores, y la grave enfermedad de su madre le hizo entrar en una profunda crisis anímica. Fueron momentos duros para todos, pero él era muy pequeño para asimilarlo sin verse arrastrado por la corriente emocional.

En ese momento decidimos buscar ayuda profesional. Acudimos a un centro que elegí personalmente porque sabía que allí lo entenderían. Tras una primera entrevista y algunas pruebas, se constató que Ángel era “potencialmente superdotado”. Esa palabra, “potencialmente”, era la clave de todo. Teníamos una semilla y, si queríamos que diera buenos frutos (resultados académicos o vitales), debíamos cultivarla (educarla) adecuadamente.

El problema con el que nos encontramos, llamativamente habitual, es que Ángel no tenía un “rendimiento excepcional en todas las áreas”. Al parecer, ese era un requisito indispensable para ser considerado un niño de alta capacidad. Entonces no lo entendíamos, como la inmensa mayoría de los padres, desinformados como están de estos asuntos. “¿Cómo se puede exigir rendimiento a priori si lo normal es que se produzca una vez sea desarrollado ese potencial?”, me preguntaba sin encontrar respuesta. Luego la encontré. Según parecía, se había tomado un modelo de intervención que se utilizaba como modelo de identificación. Se pasaba de una meta, un objetivo a posteriori que requería trabajo y cultivo de potenciales, a un requisito a priori que se exigía para tener derecho a una atención específica de apoyo educativo. Se pide a los niños que tengan no una inteligencia por encima de la media, sino una inteligencia MUY por encima de la media. Se exige a los niños que tengan una brutal implicación en la tarea, que estén hipermotivados, sin plantearnos si lo que les ofrecemos es suficientemente motivador para niños que se salen de los cauces habituales y repetitivos del sistema. Y se le reclama una creatividad exuberante, como si ésta no fuera otra característica a desarrollar con una educación que la favorezca.

Esos criterios, fuera de todo sentido común, limitaron las opciones de que Ángel fuera atendido. Y como el informe que tenía era privado, luego comprobamos que la competencia pertenecía a la administración, de modo que solicitamos una evaluación, pero queríamos estar informados. Nadie nos lo comunicó, simplemente nos entregaron a los pocos días un papel cortísimo en el que se emitía un informe desfavorable. Ángel nos contó que había salido un par de días con la psicóloga del centro a hacer algunos ejercicios y nada más. Aquello era irregular, pero no teníamos forma de demostrarlo porque era nuestra palabra contra la de quienes habían hecho la prueba y quienes habían firmado ese informe incompleto en el que no se hacía referencia alguna al contexto familiar y social del niño. Lógicamente, si nadie nos había entrevistado, ¿qué iba a poner ahí?

Aquello nos desanimó bastante, por lo que dejamos estar el tema. Para nosotros lo importante era que Ángel recuperara su autoestima y no tuviera esos problemas relacionales que le impedían ser feliz en clase.

Por fortuna, ASA Málaga nos tendió una mano, y la cogimos. Eran pocas familias, pero allí conoció a algunos niños con intereses y pensamientos similares con los que conectó de inmediato. Le trabajaron las habilidades sociales y poco a poco fue haciéndose con las herramientas adecuadas para socializar. El cambio, en positivo, fue brutal. Y con el cambio de educadores, definitivo. Aquello era otra cosa.

Desde entonces, todo ha cambiado muchísimo. Seguimos dotándole de herramientas para que sea feliz aunque se aburra soberanamente en clase y sus notas sean bastante pobres para el potencial que tiene. Con los profesores tenemos ahora una relación mutua de colaboración muy fructífera, dentro de las limitaciones inherentes a esta situación.

Ahora Ángel ha encontrado una mina en el magnífico programa de empoderamiento impartido por su “nuevo profe” Rafa Palomo, promotor y ejecutor de la idea. De hecho, según el propio Rafa, Ángel ha sido el único de sus alumnos que se ha salido del marco educativo para trabajar con él el diseño y construcción de una máquina para volar, el gran sueño de mi pequeño. Volar y salir de su angosta realidad. El espera ilusionado que llegue cada jueves para poder hacer y desarrollar su potencial en el área que más le motiva. Ahí sí se implica hasta las trancas y ahí sí muestra la creatividad que se le niega en otros contextos. Su capacidad de aprendizajes es orgánica y no mecánica, en eso se parece al padre. Necesita complejidad, incertidumbre y ambigüedad. Necesita que las cosas no estén cerradas, sin posibilidad de crítica ni de aportar ideas. Necesita algo diferente a lo que recibe. Y como lo que recibe está muy alejado de sus necesidades, su potencial se apaga poco a poco en el ámbito curricular. Por fortuna hemos encontrado que ASA Málaga trata de cubrir esos huecos en la medida de sus modestas posibilidades, y fomentamos que esos sueños no se conviertan en pesadillas gracias a la incomprensión generalizada.

Ángel tiene un hermano menor, Israel, que no ha sido precoz pero que con el tiempo ha ido actualizando potenciales insospechados. Y es que hay niños “gasolina” que actualizan pronto y otros niños “diesel” que necesitan algo más para aflorar. Cada niños es un mundo, una maravilla por descubrir, y el docente que vive su profesión con pasión lo entiende así y se desvive por atender a todos en su propio espacio de actualización adecuado, como pide y exigela Convenciónde derechos del niño en su artículo 29 a todos sus estados miembros.

Todos somos responsables de que el sistema no se transforme como necesitaría, y por lo tanto todos somos responsables en el cambio. El talento es un fruto que genera muchos beneficios sociales. Sólo hay que ver el clarísimo ejemplo de reversión que es el propio Rafa Palomo, un joven con altas capacidades que reflexionó sobre la importancia de hacer algo por mejorar los talentos proporcionándoles las herramientas y el poder de ser sus propios agentes en el desarrollo de sus capacidades. Un lujo que si lo convirtiéramos en algo generalizado la sociedad saldría ganando. En momentos de crisis, apostar por la educación del talento, de todos los talentos (todos tenemos uno o varios de ellos, siguiendo a Gardner), es apostar sobre seguro. Cultivar la cantera produce grandes beneficios que revierten en la propia sociedad que apuesta por ello. Y no se hace por lástima, sino por genuina responsabilidad social porque, repito, todos somos responsables en el cambio. Un futuro mejor requiere un cultivo mejor. Requiere cultivar a cada semilla en su propio campo y con sus propios métodos. No es lo mismo cultivar un tubérculo que una fruta exótica, y esta realidad es la que debemos tener en mente siempre.

Es nuestra apuesta. Es mi apuesta. Y debe ser la apuesta de todos.

José Luis Sánchez Piñero
Presidente de ASA Málaga

Fuente: AOSMA

6 comentarios:

  1. Me ha encantado leer este escrito . No tiene desperdicio. Se podría reflexionar un largo rato sobre qué tipo de educación estamos dando. ...Se les pide creatividad exuberante, como si ésta no fuera otra característica a educar en la escuela. No, no lo es. No en la escuela de hoy. Todavía no.

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  2. Me he identificado como madre en este texto, ¿por qué se dan las mismas situaciones en diferentes lugares? Solo algunos de estos maravillos niños tienen unos padres capaces de luchar por ellos y buscar el origen de sus problemas ¿y qué pasa con los otros? ¿y si es demasiado tarde y el daño ya está hecho? ¡Cuanto talento desperdiciado! y cuanto trabajo queda por hacer en educación.

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  3. Me siento muy identificada con esta situación.¡¡ Que bonito es disfrutar de un niño así, si le dedicas tu tiempo y tu atención, aunque tiene algunos inconvenientes y te exige mucho esfuerzo es maravillosa la recompensa que recibes.

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  4. Catalina, yo también me he identificado como madre. Y me pregunto lo mismo. Depende de los padres...? ¿ de los profesores que se encuentren?... Creo sinceramente que la escuela podría responder más fácilmente a estos niños y a cualquier otros con otras necesidades si fuera más abierta, si valorase la creatividad, si les dejaramos de enmarcar, mejor dicho encajonar dentro de lo que se espera de ellos. Como tú dices ... mucho por hacer

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  5. Catalina,yo pienso que depende de muchas cosas, por experiencia personal te diré que son muy importantes los profesores que se encuentren a lo largo de su trayectoria académica, pero sin duda el trabajo de los padres también lo es. Yo tuve la mala suerte de que mi a hija le tocara una profesora "poco implicada" y me esforzé para suplir todo aquello que la profesora no le daba. Creo que no podemos dejar en manos de la escuela toda la responsabilidad, necesitamos la implicación de todo un conjunto. Es difícil pero no imposible!!

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  6. Gracias a tod@s por vuestros comentarios y aportaciones personales, sin duda enriquecen este blog como ninguna otra cosa.

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